Dejemos un lado a Vox,
Esteban Hernández
ha explicado suficientemente cuál es el
problema que tenemos, derechas e
izquierdas:
confundir las acciones simbólicas con las acciones
causales. El pensamiento mágico consiste precisamente en eso, creer que
las luchas de símbolos resuelven los conflictos reales de intereses:
como si las banderas diesen de comer o los rótulos diesen libertad.
Siempre hubo mucho pensamiento mágico en la historia. La gente se hace
de un equipo para no ha
cerse de un
partido, se hace de una bandera para no admitir que es de una clase,
discute expresiones para no tener que cambiar prácticas, hace políticas
expresivas para no tener que reconocer que se somete a los intereses de
los pocos. Le ocurre a la izquierda y le ocurre a la derecha. Es mejor
combatir el modelo de estado que combatir el modelo de capitalismo que
está arruinando las capacidades económicas y tecnológicas del país,
destruyendo pequeñas empresas y autónomos y enviando al precariado a los
trabajadores. Es mejor agitar el fantasma de la izquierda y pedir orden
que generar recursos para que los servicios públicos funcionen,
incluidos los de seguridad. Seguramente muchos policías, guardias
civiles y mossos hayan votado a sus correspondientes élites de derechas,
sin reparar en que sus condiciones se han degradado y aún lo harán más
con políticas que dejarán al Estado sin recursos; es mejor echarle la
culpa a los catalanes que reconocer que las élites están dejando la
España vacía; es mejor culpar a los españoles que reconocer la
degradación industrial y económica de Cataluña fruto de las políticas de
las políticas económicas orientadas al turismo basura. Paradójicamente,
la modernización salvaje ha traído de nuevo el pensamiento mágico.
Foucault cocido en su propia salsa.
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