Cuando terminaba el rodaje de Lo imposible, Juan Antonio Bayona ya tenía claro que la historia de los supervivientes de la tragedia de los Andes, donde un equipo de rugby se estrelló en 1972 y aguantó bajo la nieve alimentándose de los cuerpos de sus compañeros muertos, merecía ser contada de nuevo. Ya había sido material para un éxito como ¡Viven! (Frank Marshall, 1993)pero Bayona pensaba que podía aportar algo nuevo. Una imagen menos hollywoodiense, sin estrellas, sin centrarse en el morbo y, sobre todo, hablada en español, el idioma de aquellos jóvenes.